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Publicado el 08 marzo 2017 | por Arturo García

Amor que se vuelve fecundo

Con alegría os esperamos el próximo 25 de marzo, día de la Anunciación del Señor, en la celebración de bendición de padres y madres que esperan un hijo/hija, a las 19’00 en la misa vespertina de la parroquia.

Para preparar este día, os adjuntamos el texto del capítulo IV de la Amoris Laetitia, del papa Francisco.

AMOR QUE SE VUELVE FECUNDO;

 

 Capítulo cuarto exhortación. “La alegría del amor”

 

ACOGER UNA NUEVA VIDA:

La familia es el ámbito no solo de la generación sino de la acogida de  la vida que llega como regalo de Dios. Cada nueva vida “nos permite descubrir la dimensión más gratuita del amor que jamás deja de sorprendernos. Es la belleza de ser amados antes: los hijos son amados antes de que lleguen”. Esto nos refleja el primado del amor de Dios que siempre toma la iniciativa, porque los hijos “son amados antes de haber hecho algo para merecerlo”.

El don de un nuevo hijo, que el Señor confía a papá y a mamá, comienza con la acogida, prosigue con la custodia a lo largo de la vida terrena y tiene como destino final el gozo de la vida eterna.

 

El Amor en la espera propia del embarazo:

 

El embarazo es una época difícil, pero también es un tiempo maravilloso. La madre acompaña a Dios para que se produzca el milagro de una nueva vida.

Dice el Sal. 139 “Tú me has tejido en el seno materno”. Cada niño que se forma dentro de su madre es un proyecto eterno del Padre Dios y de su amor eterno: “Antes de formarte en el vientre, te escogí;  antes de que salieras del seno materno, te consagré” Jr. 1-5. Cada niño está en el corazón de Dios desde siempre, y en el momento que es concebido se cumple el sueño eterno del Creador.

A cada mujer embarazada le pide el Papa: cuida tu alegría, que nada te quite el gozo interior de la maternidad. Ese niño merece tu alegría. Ocúpate de lo que haya que hacer o preparar, pero sin obsesionarte, y alaba como María: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su sierva” Lc. 1, 46-48. Vive ese sereno entusiasmo en medio de tus molestias, y ruega al Señor que cuide tu alegría para que puedas transmitirla a tu niño.

 

Amor de madre y de padre:

 

Todo niño tiene derecho a recibir el amor de una madre y de un padre, ambos necesarios para su maduración íntegra y armoniosa. Ambos son” cooperadores del amor de Dios Creador y en cierta manera sus intérpretes”.

Si por alguna razón inevitable falta uno de los dos, es importante buscar algún modo de compensarlo, para favorecer la adecuada maduración del hijo.

Las madres saben testimoniar siempre, incluso en los peores momentos, la ternura, la entrega, la fuerza moral. Las madres transmiten a menudo también el sentido más profundo de la práctica religiosa: en las primeras oraciones, en los primeros gestos de devoción que aprende un niño.

Dios pone al padre en la familia para que con las características valiosas de su masculinidad “sea cercano a la esposa para compartir todo, alegrías y dolores, cansancios y esperanzas. Y que sea cercano a los hijos en su crecimiento: cuando juegan y cuando tienen ocupaciones, cuando están despreocupados y cuando están angustiados, cuando  se expresan y cuando son taciturnos, cuando se lanzan y cuando tienen miedo, cuando dan un paso equivocado y cuando vuelven a encontrar el camino; padre presente, siempre. Decir presente no es lo mismo que decir controlador. Porque los padres demasiado controladores anulan a los hijos”.

 

FECUNDIDAD AMPLIADA:

 

Muchas parejas de esposos no pueden tener hijos. Sabemos lo mucho que se sufre por ello. Por otro lado, la adopción es un camino para realizar la maternidad y la paternidad de una manera muy generosa. Adoptar es el acto de amor de regalar una familia a quien no la tiene.

Conviene recordar que la procreación o la adopción no son las únicas maneras de vivir la fecundidad del amor. Los matrimonios necesitan adquirir una clara y convencida conciencia sobre sus deberes sociales. Las familias abiertas y solidarias hacen espacio a los pobres, no pueden olvidar lo que dice Jesús. “Cada vez  que lo hicisteis con alguno de éstos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” Mt 25,40.

Con el testimonio y con la palabra, las familias hablan de Jesús a los demás, transmiten la fe, despiertan el deseo de Dios. Su fecundidad se amplía y traduce en miles de maneras de hacer presente el amor de Dios en la sociedad.

 

 

LA VIDA EN LA FAMILIA GRANDE:

El pequeño núcleo familiar no debería aislarse de la familia ampliada, donde están los padres, los tíos, los primos, e incluso los vecinos.

 

Ser hijos:

 

Jesús recordaba a los fariseos que el abandono de los padres está en contra de la ley de Dios .Mc. 7,8-13 Una sociedad de hijos que no honran a sus padres es una sociedad destinada a poblarse de jóvenes desapacibles y ávidos.

Pero la moneda tiene otra cara:

“Abandonara el hombre a su padre y a su madre” Gn. 2,24, esto a veces no se cumple, y el matrimonio no termina de asumirse porque no se ha hecho esa renuncia y esa entrega. Los padres no deben ser abandonados ni descuidados, pero para unirse en matrimonio hay que dejarlos, de manera que el nuevo hogar sea la morada, la protección, la plataforma y el proyecto, y sea posible convertirse de verdad en “una sola carne”. El matrimonio desafía a encontrar una nueva manera de ser hijos.

 

 

Los ancianos:

 

“No me rechaces ahora en la vejez, me van faltando las fuerzas, no me abandones” Sal. 71,9 Dios espera que escuchemos el grito de los ancianos “la Iglesia no puede y no quiere conformarse a una mentalidad de intolerancia, y mucho menos de indiferencia y desprecio, respecto a la vejez. Debemos despertar el sentido de gratitud, de aprecio, de hospitalidad, que hagan sentir al anciano parte viva de su comunidad. Por eso, ¡Cuánto quisiera una Iglesia que desafía la cultura del descarte con la alegría desbordante de un nuevo abrazo entre los jóvenes y los ancianos!”.

Muchas veces los abuelos son los que aseguran la transmisión de los grandes valores a sus nietos y la iniciación a la vida cristiana.

Esta civilización seguirá adelante si sabe respetar, la sabiduría de los ancianos.

 

Ser hermanos:

 

En la familia, entre hermanos, se aprende la convivencia humana, es precisamente la familia la que introduce la fraternidad en el mundo. Crecer entre hermanos brinda la hermosa experiencia de cuidarnos, de ayudar y de ser ayudados. Hay que reconocer que tener un hermano, una hermana que te quiere, es una experiencia fuerte, impagable, insustituible. Pero hay que enseñar con paciencia a los hijos a tratarse como hermanos. Ese aprendizaje, a veces costoso, es una verdadera escuela de sociabilidad.

En los casos que no se haya podido tener más de un hijo, habrá que encontrar las maneras de que el niño no crezca solo o aislado.

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