Juveniles

Publicado el 30 abril 2025 | por Jordi Cerdà

El camino siempre, siempre va hacia delante

Hay una verdad que todos compartimos al final de esta travesía: nadie sabe con certeza a dónde lo lleva el camino hasta que llega a su fin. Solo entonces comprendemos de verdad hacia dónde hemos viajado, qué cargábamos en el equipaje, qué dejamos atrás al partir y qué traemos ahora de regreso.

Pero, sobre todo, volvemos con una nueva conciencia del camino que empieza de nuevo, y de quiénes lo recorrerán a nuestro lado. Volvemos sabiendo que la vida es un sendero que no transitamos solos ni sin rumbo. Que no todo el que vaga está perdido. Y que quienes caminan con Dios a su lado pueden llegar más lejos de lo que jamás imaginaron.

Esa conciencia renovada es lo que da sentido a esta experiencia del Camino. Porque no fue solo un trayecto entre pueblos, montes y sendas de piedra. Fue un viaje interior compartido, una peregrinación donde cada paso, cada silencio, cada ampolla y cada risa tejieron una historia común. Una historia hecha de miradas jóvenes, corazones abiertos y manos dispuestas a acompañar.

Cincuenta y cuatro almas que apenas empiezan a descubrir el mundo se pusieron en marcha junto a quienes han decidido dedicar su juventud a guiar, escuchar y sostener. A su lado, un grupo de adultos que, entre fogones y madrugadas, convirtieron su servicio en una forma silenciosa de cariño. Y, como en todo buen camino, no faltaron quienes —desde la fe y la palabra— nos recordaron que esta marcha también es espiritual, y que el cuerpo, el alma y la comunidad necesitan alimentarse por igual.

Juntos formamos un solo caminar. Una comunidad inesperada que, por unos días, se convirtió en familia. Compartimos la belleza del cansancio, el consuelo ofrecido sin pedirlo, la risa que alivia el dolor de los pies y la conversación que nace cuando el móvil se apaga y la mirada se alza. Descubrimos que hay caminos que no se eligen por el destino, sino por la compañía.

Y quizás eso sea lo más sagrado del Camino: que nos revela, sin necesidad de discursos, que el verdadero destino es el otro. Que lo esencial no es llegar primero, sino llegar juntos. Y que hay huellas que no se borran porque no quedaron en el polvo del sendero, sino en el corazón.

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